La
Educación ejerce una influencia decisiva en la formación del hombre. Este como
fenómeno social históricamente desarrollado y como núcleo del proceso
socializador, es quien prepara a ese individuo para su incorporación social
activa, al disfrute, y plenitud de la vida.
Por
eso, la Educación es una actividad formal, instituida y estratégica. No sólo en
las políticas culturales y de bienestar social, sino también en las políticas
de desarrollo humano en sentido general.
Cartel en la Universidad Central Marta Abreu de las Villas / L. VAREA |
La
universidad como expresión peculiar de prácticas educativas es en gran medida una
institución cultural. Esta tiene como componente del cuerpo social, una marcada
responsabilidad con la sociedad, que se concreta en actuar por el mejoramiento
económico, social y cultural del mismo.
El
escenario universitario como entidad debe cumplir cabalmente su encomienda
social y tiene un rol fundamental, según la Junta de Acreditación Nacional del Ministerio
de Educación Superior de Cuba: el desarrollo de ciudadanos de pleno hecho,
es decir, plenamente conscientes de su responsabilidad cívica y ética, capaces
de desarrollar su ciudadanía de forma completa y con un fundamentado sentido
crítico.
Sin
embargo, si se analiza lo que acontece en las instituciones educativas cubanas,
se puede apreciar la insuficiencia de un modelo que resalta el autoritarismo.
Asimismo, se evidencia en la dinámica: profesor
(decisor) –estudiante (ejecutor).
Esta situación es uno de los elementos concluyente que debe ser abordado en pos
del perfeccionamiento de la Educación en Cuba.
Ello
obstaculiza el desarrollo de prácticas educativas desde posturas constructivas,
participativas y desarrolladoras del sujeto ante una sociedad. En especial, la
nuestra que requiere de hombres críticos y transformadores de su entorno,
capaces de tomar sus propias decisiones, sin dogmas ideológicas y efectivas
actuaciones para adaptarse a los cambios.
Se
requiere mayor dinamismo, un cambio de paradigma movido desde la transferencia
hacia la transacción. Es decir, el intercambio de conocimientos, de manera que
el aprendizaje consista en una especie de pacto, de sintonía entre fuentes, en
la que ambas partes constaten una mejora de su estado de conocimientos entre el
antes y el después.
Se
trata de colocar a los estudiantes en un primer plano de sus preocupaciones en
la perspectiva de una educación a lo largo de toda la vida, con el fin, que se
puedan integrar plenamente en la sociedad mundial del conocimiento. Tal enfoque,
supone una notable contradicción con las prácticas edu-comunicativas
tradicionales.
Por
un lado, la sociedad y la política educativa nacional, aspiran a dos objetivos:
Primero: al desarrollo del
protagonismo estudiantil. Segundo: a
la práctica de relaciones educativas que fomenten la creatividad, la autogestión,
la co-construcción y la participación conjunta.
Mientras
que, en la realidad, las relaciones que se establecen en las instituciones de
Educación Superior están permeadas, muchas veces por modelos y relaciones
constitutivas de poder, donde el educando es reflejo de un sujeto pasivo y
acrítico de su propio proceso de enseñanza-aprendizaje.
Tener
en cuenta el papel activo del colegial y las buenas relaciones entre profesores
y estudiantes, contribuye a solidificar lazos. Además, posibilita un clima de desempeño
positivo que favorece a las relaciones humanas, el sentirse a gusto en el
centro donde estudia o labora.
El
objetivo principal de esta demanda, posibilita la formación y desarrollo de los
modos de actuación profesional. Para ello, se necesita la coordinación entre
los estudiantes y sus organizaciones sociales como entes activos de su propia
formación.
En
sentido general, se requiere de una comprometida forma de plantearse las
relaciones en el ámbito educativo. Que se haga desde una práctica que involucre
a todos los actores en la solución y transformación de su realidad. Este cambio
es necesario, si se quiere avanzar en aras de perfeccionar un poco la enseñanza
universitaria cubana.
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