El fascismo ve la luz oficialmente en el año 1919 en Milán, mientras que el año 1922 se hace con el poder del Estado con la Marcha sobre Roma.
Mussolini con sus escuadristas durante la Marcha sobre Roma, 1922.
Definición del fascismo
El vocablo fascismo proviene del italiano fascio (haz) y del latín fasces (que en plural es fascis). El fascio littorio, o fascio, es un símbolo de origen etrusco y romano que está conformado por varillas individuales en perfecta unión de donde destaca el bipennis o labrys. El fascio representaba el imperium, es decir: el poder del Estado. Los funcionarios públicos, en específico los lictores, eran los portadores del fascio littorio y acompañaban a los magistrados romanos. Por tanto, cabe a concluir que era una representación de sus potestades. El fascismo como movimiento político representa estos ideales, en tanto la doctrina fascista pone el eje central en el Estado, que para los fascistas es totalitario —con influencia en el Estado ético hegeliano—.
Quedaría así explícito en el capítulo XIII de la Doctrina del fascismo: «En resumen, el fascismo no es solamente dador de leyes y fundador de instituciones, sino también educador y promotor de vida espiritual. Entiende, no ya rehacer las formas, sino el contenido de la vida humana, el hombre, el carácter, la fe. Y para tal fin, pretende disciplina, y autoridad que penetre en los espíritus y domine en ellos sin reparo. Por eso su insignia es el haz lictorio, símbolo de la unidad, de la fuerza y de la justicia».
El concepto en sí mismo no dice nada, o dice poco, por tener más un sentido simbólico. Ahora bien, este problema para definir el fascismo no solo surge en la errónea lectura que se le ha dado durante años sino en el contexto de la época. Véase que, y esto por ejemplificar, la definición de fascismo del Comintern —la Internacional Comunista— se difunde tras el VII Congreso y es acompañada con la formación de los frentes populares, siendo los más importantes los de Francia y España.
Para Dimitrov el fascismo es «la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero». Si bien el discurso estaba motivado a tratar de definir, desde la cosmovisión marxista, al régimen italiano y al alemán, ambos con amplias diferencias, la oposición más que ser real respecto al fascismo realmente existente (Italia) o al nacionalsocialismo, que en lo político y filosófico se definía de otra manera, era más bien a los «fascismos» estéticos. PCE, UGT, PSA-PSOE y CNT llegaron a alzarse en golpe de Estado, en lo que ellos denominaban la Revolución de Asturias, contra el gobierno republicano presidido por CEDA ante el «temor» de la consolidación del «fascismo» (cuando lo que estaba demostrado eran las pretensiones de un alzamiento revolucionario).
CEDA, que era más una derecha tradicional, demostró ser un gobierno pasivo y moderado que incluso se enfrentó cara a cara con el nacionalsindicalismo que si tenía más similitudes con el fascismo, aunque no lo era. Estos «fascismos» estéticos eran derechas tradicionales, liberales filofascistas (como los partidos que vieron con buenos ojos al fascismo) y derechas no alineadas nacionalistas. Como estrategia política demostró ser un fracaso, aunque infalible a la hora de establecer el hostis.
A la larga el uso del término, y su función peyorativa, contribuyó a una lectura distinta y a la formación de un espectro particular que, en la mayoría de los casos, difería de la idea italiana de fascismo. Otro acontecimiento que proporciona herramientas para esa lectura es la alianza entre Roma y Berlín, estas dos formas de nacionalismo fijaron una política exterior imperialista contraria a la hegemonía francobritánica, aunque con su inicial consentimiento, de modo tal que las semejanzas entre ambos países terminaron cohesionándose. Pero estas alianzas políticas incluso fueron circunstanciales porque Mussolini, en principio, tenía sus divergencias con Hitler; la guerra en África, el aislamiento de Occidente y la mano que tiende Alemania nazi a Italia es lo que fija esa nueva alianza política.
Cuando el «fascismo», otra vez aglutinando a Alemania nazi y al nacionalsocialismo, es vencido y proscrito con el término de la Segunda Guerra Mundial, vuelve la percepción, ya no de la Internacional comunista, de que el fascismo es unívoco, internacional y que es un fenómeno en sí mismo, cuando se puede decir que el fenómeno es el nacionalismo de entreguerras y que el fascismo es una forma de nacionalismo.
La estrafalaria sede del Partido Nacional Fascista en Roma, 1934. |
Los problemas para definir el fascismo
Con apego al análisis del materialismo filosófico, según lo contemplado en El mito de la derecha: ¿qué significa ser de derechas en la España actual?, Gustavo Bueno sugiere que el fascismo, y aquí incluye el nacionalsocialismo como a otras ideologías análogas, se encuentra dentro de las derechas no alineadas. Como una derecha no tradicional, esta se enfrenta a las derechas alineadas en todas sus modulaciones: derecha primaria, derecha liberal y derecha socialista. El filósofo describe de igual modo que «el fascismo podría ser, por analogía, considerado como un movimiento de izquierda, porque en realidad a la vez es derecha e izquierda en sentido tradicional, en la medida que presenta analogías significativas con ambas. Si lo consideramos aquí de derechas, es porque estamos subrayando sus analogías con la derecha tradicional, puesto que estamos en una obra dedicada a la derecha» (Bueno, 2008, p. 266)
El problema interdisciplinario se da a la hora de definir correctamente al fascismo, ya sea desde la historia, la filosofía o la sociología. Véase que, por ejemplo, el filósofo Umberto Eco apela al prefijo «ur» (temprano) y adopta el término «ur-fascismo» o «fascismo eterno» para el análisis filosófico. Por su parte, Eco da catorce características a ese «ur-fascismo». Conviene mencionarlos de forma resumida y con unas breves anotaciones.
Los puntos uno y dos, según Eco, versan sobre el culto o la defensa a la tradición. No obstante, Eco sostiene que esta tradición se liga con otros elementos en una especie de sincretismo; desembocando en el tradicional irracionalismo como el llevado a cabo por los nazis, en razón de los estudios sobre la supuesta raza aria y el paganismo. O en la influencia que, según el mismo autor, tuvo Julius Evola sobre la «derecha italiana» (y aquí hemos de suponer que se refiere al fascismo). El problema que se presenta es que, en realidad, tradición implica muchas cosas más que una suerte de sincretismo irracional y que no necesariamente el fascismo, aquí excluyendo a la Alemania nazi, supone una defensa de la tradición. Este punto se discutirá más adelante con mayor amplitud.
En el tercero y cuarto Eco hace referencia al tradicionalismo, ahora como el rechazo a los saberes y al mundo moderno. Esto, nuevamente dice Eco, es una repulsa a los valores de 1789 (de la Revolución Francesa) y por tanto un rechazo al racionalismo, implicando que el «racionalismo» —que consideramos una idea oscura, de difícil entendimiento— es producto del nuevo estado de las cosas. Según Mussolini «las negaciones fascistas del socialismo, de la democracia, del liberalismo, no han de inducir a creer, empero, que el fascismo entienda hacer que el mundo vuelva a ser lo que era antes de 1789, año que se indica como comienzo del siglo democrático-liberal» (La doctrina del fascismo, 1935)
Aunque el nacionalsocialismo alemán, implicando que se le pueda atribuir el carácter de fascismo, haya sido irracional en su característico idealismo, también es cierto que no era una estructura especialmente tradicional, ni tradicionalista. El nacionalsocialismo, aún con su principio racial, piensa en otra sociedad política sobre esa base de raza mientras que el fascismo se inspira en el futurismo —el cual era un movimiento artístico, por tanto hablamos de indefinición en sentido político—, y no por esto lo instrumentaliza, por lo que la conclusión es que el fascismo aspira otra sociedad. El problema también es concebir que el fascismo equivale al futurismo, su inspiración es clara durante sus orígenes; el futurismo, que si sería una clase de irracionalismo y no por ello tradicional, data al manifiesto de Marinetti en 1909 y la creación de los fasci se da en 1919.
El fascismo, que se desprende progresivamente del futurismo casi todos los sentidos, demuestra en la práctica conservar (Trono y Altar) pero esto no puede concebirse como una defensa real de la tradición. Que Mussolini lograra ganar notoriedad en los círculos de Víctor Manuel, que pusiera en jaque al gobierno con la Marcha sobre Roma y que demostrara ser una alternativa más sólida para las élites es más un asunto circunstancial, esto implicaba que Mussolini en la práctica no solo incumpliera varia de sus promesas (del primer manifiesto) sino que privatizara, trabajara de conformidad con una monarquía y que pactara con la Iglesia católica, a la que él personalmente no tenía aprecio —ver L’amante del cardinale. Claudia Particella de Mussolini— por obvios motivos.
En el quinto punto Eco manifiesta explícitamente que el fascismo es «racista» o que encarna el miedo a lo diferente, a las diferencias. Aunque esto podría tener validez con el ideario hitleriano, y no nacionalsocialista, es una afirmación gratuita. El antisemitismo, y no es una justificación al mismo, es lo bastante antiguo para que haya sido rutinario a lo largo de Europa pero, sin embargo, no tenía nada que ver con la naturaleza del fascismo, ni mucho menos el fascismo era racista —sería desacertado históricamente reconocerlo—. La instrumentalización del Estado contra las disidencias, la violencia política y el obvio unipartidismo no implica que sea genético en los fascistas, o exclusivo del fascismo.
Eco alega que el fascismo surge del resentimiento individual y colectivo. Este resentimiento, o más bien frustración, viene de clases que el autor considera desazonadas ya sea por humillación política o por una crisis económica. Este punto seis parece una afirmación válida pero ignorando que esto no es solo lo que da manifestación al fascismo, sino a las contradicciones entre clases y a las colisiones sociales. Todo grupo político, aún si no hablamos del histórico fascismo, tiene una composición o elemento de clase. De ser así, los primeros movimientos liberales ganaron militancia de las burguesías y las capas privilegiadas no aristocráticas; los socialistas o anarquistas históricamente de las capas más bajas, obreros y campesinos. El fascismo no fue la excepción, pues su base estaba compuesta por múltiples capas: desde pequeñas burguesías, soldados desmovilizados que han terminado como población sobrante, capas medias desencantadas con los partidos políticos tradicionales y sectores de la clase obrera atraídas por el discurso.
Umberto Eco sostiene que el fascismo siempre debe apelar a la xenofobia o a un enemigo común, de aquí se desprenderían los puntos siete y ocho. Expone a los judíos extrapolándolo al caso italiano, que es lo que debería ser el fascismo auténtico, como si la teoría fascista contemplara el odio o desprecio a ciertas etnias o grupos. El punto ocho versa, entonces, en la supuesta incapacidad que tienen los fascistas de ser objetivos respecto a su enemigo. Eco sostiene que por esto los fascistas están «condenados» —como si habláramos de determinaciones históricas— a perder las guerras ante la ausencia de valoraciones objetivas de la fuerza real del enemigo. Que, por ejemplo, el Reino de Italia haya requerido de la ayuda del III Reich en Los Balcanes, el Egeo y en el Mediterráneo es un tema que entra dentro de las coordenadas técnico-militares, lejos de lo que pueda ser un asunto teórico. A la par de que está demostrado de que Mussolini, por su lado, legaba los temas militares a los expertos, a diferencia de Hitler. A lo que se puede apuntar es a la incapacidad del aparato militar y no a la imposibilidad de valorar objetivamente a un enemigo por cierto tipo de prejuicios.
«El hombre del fascismo es el individuo que es nación y patria, ley moral que une a los individuos y a las generaciones en una tradición y en una misión, que suprime el instinto de la vida encerrada en el reducido límite del placer para instaurar en el deber una vida superior, libre de límites de espacio y de tiempo: una vida en la cual el individuo, en virtud de su abnegación, del sacrificio de sus intereses particulares, y aún de su misma muerte, realiza aquella existencia, totalmente espiritual, en la que consiste su valor de hombre» (La doctrina del fascismo, 1935)
El filósofo italiano manifiesta que para «el Ur-Fascismo no hay lucha por la vida, sino más bien “vida para la lucha”». Es cierto que el individuo según el fascismo está concebido como una persona que está en constante lucha, que es abnegado y se sacrifica por su causa. El fanatismo, sin embargo, no es un asunto ajeno a otros marcos ideológicos. El fanatismo le es común a todas las formas de pensamiento. No obstante, Eco se va a otro terreno cuando hace crítica al antipacifismo y al constante estado de guerra que parecen proponer los fascistas, y que consta en la obra magna del mismo, pero hay que considerar que nada de esto coincidió con la práctica, con lo realmente existente. Incluso la concepción de paz que maneja el fascismo es contraria a la del realismo político, pues paz ha de ser pax del latín, en el sentido hegemónico de la palabra. La paz impuesta, la paz del Estado que impone los términos.
Pero si lo vemos siempre de la manera simple, tanto el Imperio romano tuvo que haberse considerado en este «mínimo fascista» y los Estados Unidos con lo que algunos historiadores han llamado «keynesianismo de guerra» en el siglo XX y comienzos del siglo XXI.
«En esta perspectiva, cada uno está educado para convertirse en héroe. En todas las mitologías, el “héroe” es un ser excepcional, pero en la ideología Ur-Fascista el heroísmo es la norma. Este culto al heroísmo se vincula estrechamente con el culto a la muerte: no es una coincidencia que el lema de los falangistas era “¡Viva la muerte!”» (Eco, 1995)
Esto, sin embargo, podría considerarse artificioso cuando toca el tópico del culto a la muerte. En efecto, el fascismo realza la figura del héroe, del condottiero y el personaje excepcional. Lo que no es cierto es que el fascismo tenga relación con el culto a la muerte, con el prescindir de los subordinados en razón de menospreciar a la vida. También es falso que el lema de los falangistas, que no eran fascistas, fuese el que menciona Eco. La única vez que llegó a escucharse tal lema fue en el ya documentado encontronazo histórico entre Millán-Astray y Miguel de Unamuno. El culto a la muerte, si consideramos que la Falange de FET y JONS tenía su objeto principal en la religiosidad, es contrario a las creencias católicas.
«Así, el fascista acepta, ama la vida, ignora y considera cobarde el suicidio; comprende la vida como deber, elevación, conquista; la vida que ha de ser alta y plena: vivida por sí, pero sobre todo por los otros, próximos o lejanos, presentes y futuros» (La doctrina del fascismo, 1935).
Pero como ya se mencionó, el papel de los héroes es uno de los tópicos de interés del fascismo.
Como reza este fragmento: «Nadie niega que los acontecimientos de la economía – descubrimientos de materias primas, nuevos métodos de trabajo, invenciones científicas – tienen importancia; pero decir que bastan para explicar la historia humana, excluyendo a todos los demás factores, es absurdo: el fascismo cree todavía y siempre en la santidad del heroísmo, es decir, en actos en que no obra ningún motivo económico, próximo o lejano» (La doctrina del fascismo, 1935).
En su negación a toda forma de materialismo, el fascismo promueve el culto al heroísmo y los individuos excepcionales; concepción de influencia nietzscheneana.
Los puntos siguientes son bastante concretos, y en general no hace falta mencionarlos del todo, pero el último punto es interesante por tanto hace referencia a la neolengua. Este término viene de la novela distópica 1984 de Orwell, una crítica a los ya mencionados «totalitarismos». Eco reconoce que no es el caso explícito de la novela pero que lo que inspira a la neolengua adoptada por el INGSOC en la novela es todo el adornado y la retórica que, por su parte, compartían tanto el fascismo como el nacionalsocialismo. La estética imperante por así decirlo, aunque esta no constituyera un idioma propiamente dicho como sucede en 1984. En este encierro ideológico, en la «posverdad», es que se logra mantener cohesionado al pueblo bajo las directrices del partido. Aunque el punto genera interés, es un error de grandes proporciones utilizar lo literario como lo análogo dentro de la realidad política.
El fascismo demuestra una gran retórica, y el uso de mecanismos de control, pero no al punto de ser un proceso de idiotización, manipulación y fabricación de una verdad que enajene a la persona. De ser así, por ejemplo, las escuelas oficiales del régimen no hubieran terminado en centros de debate clandestino donde se contrabandeaba material subversivo y esto último, por su parte, es una de las cosas que demuestra la imposibilidad práctica de los «totalitarismos».
Gabrielle D’Annunzio rodeado por sus leales ardito en Fiume, 1919. |
Antecedentes políticos e historia del fascismo
Al hacer referencia al término fascismo, no se hará con fines peyorativos ni como forma de entender al Eje o a los regímenes nacionalistas que proliferaron a lo largo de las entreguerras. Si bien estos últimos serán mencionados, desde un criterio análogo, no son considerados fascismo a efectos del artículo y únicamente se hará análogo a la ideología, y al grupo político, que surge en 1919 en Italia.
Los antecedentes del fascismo recaen directamente en los nacionalismos «revolucionarios» —la etiqueta que les da el historiador Stanley G. Payne— que comienzan a surgir en Francia en la década de 1870 por motivos asociados al destino de la nación, en ese sentido el sentimiento de derrota, de humillación y de la pérdida progresiva de la influencia de la nación respecto a otros. Por esto los nacionalismos, que son revanchistas por naturaleza, tienen génesis en los Imperios o potencias coloniales en declive.
«Fue de hecho en Francia donde primero aparecieron las fuerzas nuevas del nacionalismo semirevolucionario con matices igualitarios y colectivistas, aunque el nuevo contexto de instituciones democráticas liberales vigorosas, combinado con un gobierno fuerte, les impidió crecer. Los primeros ejemplos serían la agitación de la Liga del los Patriotas, de Paul Dérouléde, y el movimiento boulangista de la década de 1880» (Payne, 1979, p. 23)
Sin embargo, el establecimiento de la República en Francia, tras la guerra franco-prusiana, evita el ascenso de estos movimientos políticos nacionalistas, en el fondo revanchistas.
«No parece que Morés emplease la etiqueta formal de nacional socialismo, y
evidentemente quien primero expuso el concepto con la frase de nacional socialista fue
Maurice Barrés en la campaña electoral de 1898» (Payne, 1979, p. 24)
«El defensor más destacado del nuevo nacional socialismo fue Maurice Barrés, cuya carrera y cuyas ideas políticas (sobre todo estas últimas) han venido atrayendo últimamente la atención de los estudiosos. La mística que elaboró Barrés de la terre et les morts (la tierra y los muertos) se derivaba en gran medida de las doctrinas de Dérouléde, pero en su formulación intentaba combinar la búsqueda de energía y de un nuevo estilo vitalista de vida con las raíces nacionales y una especie de racismo darwinista» (Payne, 1979, p. 24)
Marrés, a pesar de su activismo, no tuvo éxito en la política y los bajos resultados lo llevaron a volver al tradicionalismo que le era propio antes. El único de los movimientos de esta índole que sobrevivió, y que tuvo un peso significativo en el colaboracionismo cuando Alemania ocupa Francia en la Segunda Guerra Mundial, es Action française. El republicanismo era fuerte en Francia, sumado a la estabilidad de su gobierno.
«En Bohemia se fundó aquel mismo año el Partido Nacional Socialista Checo, al que siguió el Partido Nacional Socialista Francés de François Viteri (que no tuvo seguidores), en 1903, y el Partido de los trabajadores Alemanes de Bohemia, que también adoptó la bandera del nacional socialismo, en 1904. El Partido Nacional Socialista de Biétri era la expresión política de un movimiento sindical antimarxista, la Fédération Nationale des Jaunes de France, y propugnaba el nacionalsindicalismo (es decir, el sindicalismo tradeunionista), la participación de los trabajadores en los beneficios, y un Estado autoritario fuerte con una asamblea corporativa. O sea, que era estatalista, pero sólo semicolectivista» (Payne, 1979, p. 24)
El concepto nacionalsocialismo según consta en la historiografía es previo al Partido Obrero Alemán de Anton Drexler, inspirado en una ideología similar. Las ideas strasseristas, luego puestas en relieve con el Frente Negro, también reciben influjo del socialismo nacionalista del siglo pasado. Georges Sorel es otra de las fuentes que utilizan los movimientos nacionalistas para su conformación, sustentándose en el sindicalismo revolucionario que él propugnaba. El Partido Obrero Alemán que luego se vuelve el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán sufre un revés en su programa, y con la consolidación del liderazgo de Hitler, se purgan sus últimos elementos revolucionarios.
El programa de los veinticinco puntos queda como letra muerta dentro del temprano nacionalsocialismo alemán, evolucionando el Partido a la deriva racial de Adolf Hitler; lo desarrollado en Mein Kampf cobra valor político. Si bien el partido nacionalsocialista en los veinte había pasado por un proceso de fascitización, no por esto podríamos llamarlo fascista, su deriva había terminado de sepultar cualquier remanente del socialismo nacionalista anterior. El Estado racial era la nueva posición del Partido.
Pero hay que remontarse ahora al contexto italiano, que es de donde se puede entender al fascismo realmente y su origen. Entre 1892 y 1894 en el turbulento Reino de Italia, con la certeza de que esto influiría en Mussolini mucho más adelante, surgen los Fasci Siciliani en la ciudad de Sicilia. El Fasci significó una auténtica máquina de las capas más bajas, entre los recientes proletarios y los campesinos, contra el gobierno monárquico. Una oleada de huelgas azotó el país, dejándole en un grave desorden que llevó al Primer ministro Francesco Crispi a declarar el estado de sitio en Sicilia y a la movilización de toda la reserva, hasta el sofocamiento de la revuelta que desemboca tanto en ejecuciones sumarias como en detenciones y deportaciones.
El movimiento es finalmente desmembrado en 1898. Sin embargo, y lejos de sus aspiraciones socialistas, el movimiento no tenía una cohesión política o ideológica a considerar; los campesinos eran monárquicos, profundamente católicos y evidentemente no sentían simpatías por la proletarización mientras que entre obreros, estudiantes e intelectuales habían tendencias marxistas, anarquistas o simplemente laboristas. No era un movimiento unívoco pero sin dudarlo representaba las reivindicaciones sociales de la época. Mussolini para 1892 tendría unos nueve años y apenas ingresaría en el Colegio Salesiano, en Faenza.
«Aproximadamente hacia 1910 la mayor parte de los sindicalistas revolucionarios había renunciado al marxismo, y ya en 1907 algunos de ellos habían empezado a explotar el concepto de la “nación proletaria“, elaborado inicialmente por Enrico Corradini y algunos de los nacionalistas más derechistas. Según esta idea, las verdaderas “diferencias de clase” no se daban entre sectores sociales dentro de un país atrasado y débil como Italia, sino más bien entre los pueblos de las naciones desarrolladas, imperialistas, capitalistas, “plutocráticas”, y los pueblos de los países atrasados, explotados y colonizados. Esta actitud se ha convertido en un concepto político clave del siglo XX, y ocupaba un lugar central en el pensamiento de los fascistas italianos» (Payne, 1979, p. 29)
Esto supone la creación, en 1910, de la Asociación Nacionalista Italiana por parte de Enrico Corradini y Giovanni Papini. Apoyaron con fervor la presencia italiana en la Primera Guerra Mundial y el esfuerzo de guerra, punto con el que coincidiría Mussolini en el período de la guerra y que llevaría a su expulsión del Partido Socialista Italiano. La Primera Guerra Mundial, por su parte, es clave porque genera escisiones en la Segunda Internacional y gesta la Tercera Internacional en cuanto a la postura bolchevique contra la guerra, mientras que surgen los comunistas bajo su propia estructura internacional y los decepcionados militantes socialistas, de exacerbado nacionalismo, toman el conflicto como una oportunidad política.
«Los futuristas, encabezados por Marinetti, fueron la tercera fuerza ideológica en la fundación del fascismo. Iban tan a la “izquierda” como los sindicalistas o Mussolini en cuanto a rechazar las viejas normas y las instituciones existentes, y los sobrepasaban en su exaltación virtualmente nihilista de la violencia (“la guerra es la única higiene de
las naciones”, etc)» (Payne, 1979, p. 30)
Marinetti es uno de los posteriores intelectuales fascistas del régimen —en tanto da apoyo público en el conocido Manifiesto de los intelectuales del fascismo y forma parte de una cartera en el gobierno fascista— pero se le conoce, sin embargo, es por su postura respecto al arte tradicional. El arte futurista, y la concepción futurista, es una transgresión a lo moderno, a lo clásico, a absolutamente todo lo imperante. Marinetti esboza sus principios en El manifiesto futurista. Creemos, a diferencia de lo que concluye el ya mencionado historiador, que es imposible relegar al futurismo a la izquierda o a la derecha por tratarse de un movimiento artístico. Incluso si habláramos de indefinición en sentido político, y desde la izquierda indefinida, el futurismo no podría ser una izquierda indefinida porque no se identifica con ninguna izquierda definida. Por ejemplo, el Partido Comunista.
El segundo día de marzo de 1919 Mussolini convocaba una aglomeración que se gestaría el 23 de marzo del mismo año. En Milán, con trescientas o más personas en el Palacio Castagni, en la plaza San Sepolcro, Mussolini haría historia —aunque de forma infame— y determinaría lo que constituiría el fascismo desde ese día. Un día después publicaría, en Il Popolo d’Italia, el Programma di San Sepolcro —en la historiografía se suele usar el término sansepulcrismo o sansepolcrismo para el período de surgimiento del fascismo—. Esto terminaría en la Fondazione dei Fasci di Combattimento. En junio de 1919 terminaba de hacerse público el Manifesto dei Fasci Italiani di Combattimento.
La Conferencia de Paz de París de 1919 había delimitado las fronteras italianas, excluyendo a la provincia de Fiume (con amplia población italiana), lo cual fue considerado un ultraje para los sectores más nacionalistas del Reino de Italia. En un acto de irredentismo, el poeta Gabrielle D’Annunzio, que es considerado uno de los iconos del nacionalismo italiano de las entreguerras, se dispone a ocupar el Fiume con dos mil y tantos veteranos, gran proporción proveniente de los arditos, que lucharon previamente contra los austriacos en Isonzo (1917).
Estas movilizaciones dan génesis a la Reggenza Italiana del Carnaro, el 18 de diciembre de 1919 el gobierno italiano propone un modus vivendi al efímero Estado en Fiume que, sin embargo, D’Annunzio trata de censurar y que resulta en un plebiscito que él mismo incita con resultados, a pesar de todo, poco favorables para él. En septiembre de 1920 nace la Carta de Carnaro, lo que se podría considerar la primera constitución protofacista de Europa. De Ambris, conocido ideólogo del sindicalismo revolucionario en Italia, y D’Annunzio comparten la autoría dela constitución. Este acontecimiento también sería de gran trascendencia para los tempranos fascistas del Fasci. De fascismo institucionalmente se puede hablar en 1922, mientras que sus bases ideológicas más importantes surgen en 1925 y 1932: estos son el Manifiesto de los intelectuales del fascismo y La doctrina del fascismo.
Dos meses después es firmado el Tratado de Rapalló en noviembre de 1920 y se acuerda que el Fiume se convierta en el Estado libre de Fiume. En marzo de 1922 el Estado libre de Fiume es víctima de un golpe de Estado por nacionalistas italianos, que años antes sirvieron a D’Annunzio, generando la salida del gobierno local en un rápido exilio, el mismo mes entran las fuerzas italianas a restaurar el orden y a establecer un gobierno de turno que resulta favorable a Italia. Dos años después con la firma del Tratado de Roma (1924), el Reino de Italia, ya bajo el gobierno de Mussolini, se anexa la provincia de Fiume.
Los Fasci italiani di combattimento aplacarían todos los elementos que consideraban disgregadores y contrarios a la nación, labor que intensificarían al menos hasta la huelga general de julio de 1922. Entre el 27 y 28 de octubre de 1922 acontecería un hecho que realmente sería influyente en los próximos acontecimientos en Europa y es la Marcha sobre Roma, donde 25.000-30.000 (según Gentile 50.000) camisas negras tomarían los edificios de gobierno en multidinarias manifestaciones tras haberse aglomerado desde el 25 de octubre en las adyacencias de Roma. Víctor Manuel III permite a Mussolini formar gobierno, y lo nombra Primer ministro, el 29 de octubre del mismo año. El 31 los escuadristas marchan victoriosos tras lograrse el propósito y conformarse el nuevo gobierno.
Benito Mussolini, il Duce. En el mismo plano se ve la estatua de Julio César en Roma, 1932. |
Bases políticas e ideológicas del fascismo
«El fascismo es un movimiento antiguo y reciente en el espíritu italiano,
conectado íntimamente a la historia de la Nación italiana, pero no carente de
interés para todas las otras naciones» (Manifiesto de los intelectuales del fascismo, 1925)
Lo primero que hay que considerar es su carácter italiano, una suerte de emulación del «risorgimento» que unificó a Italia. Mussolini busca la reunificación de Italia, que si bien no está rota, está presuntamente disgregada por el liberalismo, el comunismo y el injusto botín, porque no es suficiente para Italia, que se obtiene tras la participación en la Primera Guerra Mundial. La política fascista, dejando atrás parte de su elemento social, pasa a centrarse en la creación de un Imperio colonial italiano.
Siguiendo la idea del fascismo como el posible destino político, y sin dejar atrás su italianidad, agrega Mussolini: «hoy afirmo que el fascismo, como idea, doctrina, realización, es universal; italiano en sus instituciones particulares, el fascismo es universal en su espíritu, y no podría ser de otro modo. El espíritu es universal por su naturaleza misma. Por lo tanto, podemos prever una Europa fascista, una Europa cuyas instituciones se inspiren en las doctrinas y en la práctica del fascismo» (Mussolini, 1931, p. 211)
El fascismo más que responder a un fenómeno que surgió simultáneamente en los países derrotados, y de las nuevas naciones que surgen del desmembramiento de los Imperios centrales, es un producto del contexto particular italiano. A diferencia de Alemania, el Reino de Italia es una nación vencedora en la Primera Guerra Mundial y es un país de economía relativamente atrasada, a diferencia de la industrializada Alemania. Aunque también es cierto que el Reino de Italia adquiere menos beneficios territoriales, y económicos, que los de Francia e Inglaterra.
El fenómeno común que se muestra en las entreguerras es el nacionalismo porque no tiene manifestación en lo que comúnmente se denomina fascismo, término en el que para su uso, por desgracia, la historiografía tiene consenso, sino en otros contextos como el de los Estados autoritarios de las entreguerras que no necesariamente tienen simpatías con el fascismo. Por ejemplo, la Polonia de Pilsudski es un ejemplo del autoritarismo de las entreguerras, temporalmente lo es Miguel Primo de Rivera hasta que pierde el favor del Rey, el Regente Horthy, Salazar en Portugal, Francisco Franco en España o la compleja situación del Mariscal Mannerheim en el gobierno finés. El fascismo se podría concebir como una derivación de este fenómeno nacionalista, manifestándose en luego en una ideología concreta y definida.
«Los movimientos fascistas representaron la expresión más extremada del nacionalismo europeo moderno, pero no eran sinónimos de todos los grupos nacionalistas autoritarios» (Payne, 1979, p. 10).
La distinción importante, y esta la hizo Payne, es entre el fascismo en el gobierno y los movimientos fascistas. La litis que se presenta es en cuanto al fascismo en el gobierno, el único caso, si se considera que es una ideología de producción intelectual italiana, es el del Reino de Italia y en relación a los movimientos fascistas, de soslayo podría incluirse a unos pocos que nunca tuvieron representación política, ni pudieron llegar a gobernar y que estaban dentro del campo ideológico del fascismo italiano.
En Francia surge Le Faisceau, es fundado por el antiguo anarcosindicalista Georges Valois, quien era integrante de Círculo Prodhoun y también de Action Francaise, y entre sus contribuidores se encontraban Jacques Arthuys y Philippe Barrès, hijo de Maurice Barrès. El partido es disuelto en 1928, surgiendo luego el Parti Fasciste Révolutionnaire. La particularidad de este movimiento autodenominado fascista, y que colaboraba secretamente con el Partido Nacional Fascista italiano, era su furibunda oposición al belicismo alemán y luego al III Reich. De hecho, su fundador se une a la resistencia francesa contra el régimen de Vichy y los ocupantes alemanes.
En Gran Bretaña, de la mano de Oswald Mosley nace la Unión Británica de Fascistas. Mosley viajó repetidas veces a Roma, recibiendo asesoramiento del Partido Nacional Fascista y desarrollando vínculos con Mussolini. Impresionado, además, por la forma de gobierno fascista se interesa en la idea y la propone la Inglaterra. El partido de Oswald Mosley filosóficamente estaba apegado al fascismo, del mismo modo que proponía su estricta aplicación política. Era, en todos los sentidos, un movimiento fascista auténtico.
Sin incluir al Partido Nacional Fascista, el que se sobreentiende que es fascista y es el mayor representante del mismo, se deja claro los límites del alcance del fascismo; es cierto que fue influyente, y que logró que otras formas de nacionalismo tomaran sus elementos pero, realmente, es apresurado considerar a otros regímenes, o movimientos, como fascistas cuando ni siquiera estos se han definido como tal. Es una de las problemáticas del fascismo estético. Mientras que las fuentes ordinarias, incluso la Enciclopedia británica, aglutinan en un todo al nacionalsocialismo, al nacionalsindicalismo, al nacionalcatolicismo (franquismo, rexismo y la Guardia de Hierro), a las derechas tradicionales y conservadoras, a las más autoritarias y a toda la línea de partidos de esta índole de las entreguerras.
Para conceptualizar, se pueden dar una serie de características a estos nacionalismos tan tradicionales de las entreguerras, e incluso de la posguerra (si se considera que el franquismo y el salazarismo sobrevivieron), de tal manera que conviene verlo de la siguiente manera:
El método predilecto de ascenso al poder es el arribismo político. Aunque la mayoría dista en cómo alcanza el poder, no es menos cierto que han sido producto de la concesión de un sector político, del monarca o de la violencia política. Metaxás, Miguel Primo de Rivera, Salazar, Mussolini, Antonescu, entre otros.
Hay que tomar en cuenta que no todos los nacionalismos comparten la visión imperial pero una gran parte de ellos, entre estos el fascismo, promueve el imperialismo o la generación de un nuevo imperialismo. En el caso de su promoción, se trata del resurgimiento del Imperio en su totalidad, de una parte de él o de uno nuevo.
En algunos nacionalismos se hizo de forma discreta o limitada por sus pocas posibilidades mientras que en el fascismo, por ejemplo, era una idea base. Y así fue en la práctica, Italia fue más allá de su irredentismo en pro de la fundación de un nuevo Imperio Romano. Podemos contemplarlo así: «el Estado fascista es voluntad de potencia y de imperio. La tradición romana es aquí una idea de fuerza. En la doctrina del fascismo, el imperio no es solamente una expresión territorial o militar o mercantil, sino también espiritual y moral» (La doctrina del fascismo, 1935)
Ahora bien, el imperialismo en el sentido del materialismo filosófico para los movimientos nacionalistas que han alcanzado el poder, y se han logrado hacer con Imperios, ha demostrado ser depredador: Alemania respecto a la ocupación de Europa, y al exterminio de poblaciones, así como Italia respecto a África y la explotación descarada de los locales. En el caso español, mencionando que aquí no hay gobierno ni acceso al poder, está José Antonio Primo de Rivera quien creía en la perspectiva imperial de España desde el universalismo católico y desde un modo aglutinador, y no segregador, que indudablemente tendría que desembocar en un imperialismo generador. Al respecto diría que España «es una unidad de destino en lo universal» y que «bajo el signo de España cumplieron su destino —unidos en lo universal— los pueblos que la integran» (Puntos iniciales. “FE”, número 1, de 7 de diciembre de 1933)
Otro ejemplo concreto es Miguel Primo de Rivera tratando de conservar los restos del Imperio colonial español, trata de afianzarlo por sobre todas las cosas. Horthy con el Primer arbitraje de Viena (1938) logra recuperar unos 11927 km de territorio perdido consecuencia de la Primera Guerra Mundial (véase el Tratado de Trianon de 1920). Con la posterior ocupación alemana, terminan haciéndose con Rutenia.
El componente esencial del fascismo es la idea del Estado totalitario, la que a su vez deriva de la idea del Estado ético hegeliano. Véase que para Hegel el Estado «es la substancia ética consciente de sí misma, la reunión del principio de la familia y la sociedad civil» (Enciclopedia de las ciencias filosóficas, § 535)
«La nación como Estado es una realidad ética que existe y vive en cuanto se desarrolla. Su cristalización significa su muerte. Por esto, el Estado no es solamente autoridad que gobierna y da forma de ley y valor de vida espiritual a las voluntades individuales, sino que es también potencia que hace valer su propia voluntad en el exterior, haciéndola reconocer y respetar, o sea, demostrando con los hechos su universalidad en todas las determinaciones necesarias de su desenvolvimiento» (La doctrina del fascismo, 1935)
Esto es lo que denominaríamos, desde el punto de vista hegeliano, el Estado ético. El Estado es lo racional «en si» y «para si» cuyo fin es la realización de la libertad suprema. El deber supremo, según Hegel, consiste en ser miembro del Estado.
«Todo reside en el Estado, y nada que sea humano o espiritual existe, y tanto a menos tiene valor, fuera del Estado. En este sentido, el fascismo es totalitario, y el Estado fascista, síntesis y unidad de todos los valores, interpreta, desarrolla e incrementa toda la vida del pueblo» (La doctrina del fascismo, 1935)
Esto, no cabe duda, dista de múltiples concepciones de Estado, y sobre todo de la liberal que da primacía a la sociedad civil, pero también hay que establecer diferencias con el nacionalsocialismo y su concepción de Estado, lo cual bastaría para quitarle el carácter de movimiento fascista y luego de fascismo realmente existente. La labor del Estado en el nacionalsocialismo hitleriano, por diferenciarlo de las otras corrientes, consiste «en velar por la conservación de aquellos elementos raciales de origen que, como factores de cultura, fueron capaces de crear lo bello y lo digno inherente a una sociedad humana superior».
«Otra pretendida solución son los Estados totalitarios. Pero los Estados totalitarios no existen. Hay naciones que han encontrado dictadores geniales, que han servido para sustituir al Estado; pero esto es inimitable, y en España, hoy por hoy, tendremos que esperar a que surja ese genio. Ejemplo de lo que se llama Estado totalitario son Alemania e Italia, y notad que no sólo no son similares, sino que son opuestos radicalmente entre sí; arrancan de puntos opuestos» (España y la barbarie, 1935)
A pesar de que no estamos de acuerdo con parte de la idea, hay que reconocer el realismo político de José Antonio Primo de Rivera al desconocer la existencia de los totalitarismos; por tanto es imposible abarcarlo todo. Y pese a englobar a Italia y Alemania en un mismo bloque de Estados totalitarios, reconoce que son opuestos radicalmente entre si. La idea del Estado totalitario contra la idea del Estado racial, la universalidad del espíritu del fascismo frente a la idea de la raza y del territorio. En la tradición académica del totalitarismo, a Italia se le excluye por muchos motivos (entre estos su estructura monárquica), aún cuando el fascismo es quien acuña el término, pero se coloca a Alemania nazi, y análogamente a la Unión Soviética, como sus referentes.
Ernst Nolte ya había propuesto un «mínimo fascista» de seis puntos para identificar correctamente al fascismo. Estos son el antimarxismo, el antiliberalismo, el anticonservadurismo, el principio de caudillaje, un ejército del partido y el objetivo del totalitarismo. El error teórico de Nolte consiste en una observación apresurada del fascismo, extrapolándolo a todos los grupos políticos del fenómeno nacionalista de las entreguerras.
Es decir, si consideráramos todos los puntos tendríamos que definir a la gran mayoría de los gobiernos autoritarios de la época como fascistas, e incluso a varios que no pertenecen a Europa y algunos que acontecen mucho después. El antimarxismo, o más concretamente al anticomunismo o la lucha contra el socialismo, es común en la época; incluso en los gobiernos más liberales y moderados. La militancia contra el socialismo no es, por excelencia, un mérito fascista y es más común en las formas ordinarias de nacionalismo por ser un elemento de disgregación.
El antiliberalismo, por otro lado, es un punto que comparten muchos programas políticos; incluso el de los comunistas. Es deshonesto achacarlo solo al fascismo, cuando es una realidad que supera los límites del fascismo. Por otro lado, Mussolini supo aprovechar el filofascismo de los liberales, ya decía Sánchez Mazas que este había producido políticos y funcionarios para el fascismo, para formar el gabinete de gobierno inicial. Más que sabido está que el Reino de Italia en ese período fue uno de los que más llevó a cabo privatizaciones. Es cierto que el fascismo promovió la lucha contra el conservadurismo tradicional, y se apegó al futurismo, pero en la práctica fue todo lo contrario. Pero el fascismo, incluso en ese sentido, se diferencia de muchos gobiernos nacionalistas que más que todo representaban formas de derechas socialistas, primarias, tradicionales. Europa estaba plagada de gobiernos conservadores.
El culto a los líderes, o el caudillaje, tampoco debería ser un rasgo del fascismo. La idolatría, la exaltación a los personajes carismáticos y dominantes, ha sido un tema de larga data en la historia. No tiene que verse tampoco desde el punto de vista autocrático, pues las autocracias son míticas, no existen; nadie puede gobernar por si mismo y en completa soledad. El principio de caudillaje se ha visto en distintas sociedades políticas, y no por ello deberíamos considerarlas fascistas. El Juche contempla la figura central del líder, lo que en Asia es percibido como la figura de un padre por sus matices filosóficos orientales. En Libia sucedía lo mismo con la figura del guía de la revolución y en Alemania nazi bajo el führerprinzip. En Italia, sin embargo, la figura del Duce era apenas retórica y Mussolini fungía como Primer ministro. Hasta es un desacierto decir que el poder recaía sobre él cuando se sabe que era el Rey quien firmaba los decretos y quien termina expulsándolo del poder.
Payne establece tipologías, así como negaciones fascistas; las cuales son el anticonservadurismo, el antiliberalismo y el anticomunismo. Estas negaciones, pese a que pueden ser compartidas por otras ideologías, históricamente representaron al fascismo pero tampoco dicen mucho sobre su marco ideológico. Se puede identificar, de forma pero no necesariamente de fondo, al fascismo con estas tres negaciones pero no constituyen una lectura exhaustiva de su fisionomía.
Una parada nacionalsocialista en Múnich, 1930. Se puede identificar a Hitler como el tercero a la izquierda. |
La necesidad de darle una nueva lectura al fascismo
Una nueva lectura, dejando atrás el relato tradicional, no consiste en el blanqueamiento o en el revisionismo del fascismo. Por el contrario, supone romper con el paradigma típico del fascismo estético/etológico, del ur fascismo o del fascismo como la intolerancia en lo político, social o económico. La lectura errónea del fascismo ha contribuido a que sea todo y, al mismo tiempo, sea nada. La idea de someterlo a un nuevo análisis, y de tenerlo como objeto de estudio, no implica atarse al siglo XX ni volver a paradigmas caducos sino que logrará que la historiografía, la ciencia política, la sociología y la filosofía se abran a nuevas perspectivas lejos del relato clásico.
Poder definirlo de una forma más adecuada, de estudiar mejor su gestación, su ascenso al poder político y su posterior deceso, harán diferenciarlo de los regímenes de la época que también fueron idénticos, no por esto iguales, y que pudieron distanciarse del fascismo, tomar sus elementos y hasta combatirlo. Diferenciar finalmente entre el fascismo político y el fascismo estético sin hacerlo un todo unívoco. Dejar atrás el fascismo peyorativo como un paradigma y relegarlo a lo individual, pues una visión peyorativa no puede servir para el análisis salvo que se ajuste a una ideología o a la subjetividad del individuo.
Bibliografía:
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Tomado de: https://academiaplay.es/fisionomia-del-fascismo/?fbclid=IwAR0n2E2itlgJuwXPRKzyeKKUjxFtmgSKaxPMeOZElOrmIHmcnAAjjne9K_U
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