Son las tres de la mañana, la ciudad de Santa Clara ya duerme… una
silueta agachada aparece en una céntrica esquina. Viene en silencio, teme
perturbar la quietud de la noche. Su testigo, la luna llena, que le sigue los
pasos intentando descubrir el misterio que la envuelve.
De pronto se detiene, ahora la sombra asume una forma humana. Se devela
la figura de un muchacho de unos 20 años, quien se dirige discretamente hacia
la fachada de una edificación en ruinas. Sin detenerse, en ocasiones gira su
cabeza porque cree que alguien lo persigue.
Camina sin prisa, como si el tiempo fuese eterno. Ya delante de la
pared, saca de su bolso unos extraños frascos y toma uno en su mano… Mira,
agita y aprieta el atomizador del envase regando su contenido…
Con la destreza propia de la experiencia sacude fuertemente el spray
y en solo segundos la fachada toma vida; una suerte de letras y dibujos
resultan su nuevo maquillaje. El muchacho echa un último vistazo a su creación
y se pierde entre las oscuridades.
Con el despertar citadino, la magia se manifiesta. Hoy, las ruinas de la
calle Maceo de Santa Clara, perdieron su soledad y mientras el muchacho duerme
tranquilo porque evadió el orden urbano, saluda al Sol una sonrisa de Smile.
Arte a contra ley
La ciudad es de todos, no se puede convertir en expresión de un grupo social / L. Varea |
El grafitismo se impone como una realidad no resuelta, pues surge en
cualquier lugar sin considerar la ubicación y el valor histórico y
arquitectónico de las edificaciones, eludiendo el Decreto Ley 272 del Código
Penal Cubano.
Este decreto establece «multas de 200,00 a 1000,00 cuotas» a quien
perjudique temporal o permanentemente los espacios públicos, además de la
obligación de resarcir los daños ocasionados.
Guillermo Pérez Alonso, especialista de la Oficina de Monumentos y
Sitios Históricos del Centro de Patrimonio Cultural, considera al grafiti una
manera de insertar la crítica en la sociedad.
«De ninguna manera apoyo su presencia en lugares de nuestra ciudad
declarados monumentos nacionales o con valor patrimonial; estos, lejos de
favorecer artísticamente los inmuebles, los afectan», dijo.
«Además, ―continúa Pérez Alonso― no solo perjudican las edificaciones
desde un punto de vista estético formal, deforman la imagen que proyecta Santa
Clara a los visitantes tanto nacionales como extranjeros».
«La ciudad es de todos, no se puede convertir en expresión de un grupo
social», acotó.
La proliferación de los Grafool y los Smile ha invadido la ciudad. Casi siempre,
en terrenos no idóneos.
Grafitis en el Boulevard citadino, la fuente del Palacio de Justicia, el
área lateral de la Biblioteca Provincial “José Martí”, la calle Padre Chao
(entre la Casa de Cultura y el hotel Santa Clara Libre), el Parque del Carmen y
más zonas del Centro Histórico de la capital villaclareña, violan las
regulaciones urbanísticas de «obligatorio cumplimiento para la conservación del
patrimonio», revelan documentos técnicos.
En ciudades como Nueva York, según bibliografía consultada, las
organizaciones pertinentes autorizan espacios donde los grafiteros realizan sus
obras.
En Santa Clara no se evidencia tal disposición de autoridades con poder
de decisión ―como Patrimonio y Planificación Física―, para estudiar un área que
propicie el desarrollo de este arte, sin que menoscabe el ornato público.
Todo ello, existiendo áreas en la ciudad como la Plaza Apolo, cuyas
tipologías constructivas, ambiente artístico y cultural, dan fe de un entorno
propicio para la creación.
The Black, el cual quiso mantenerse en el anonimato señala: «A
pesar de no contar con gran apoyo por parte de la AHS y que nuestras creaciones
precisen de un ambiente donde se rompan esquemas, estaremos de acuerdo con que
nos faciliten un área para desarrollar nuestra obra».
Entre las acciones estatales figura que la Asociación Hermanos Saíz
(AHS) de la provincia, resulte la entidad encargada de atender a los jóvenes
creadores en Santa Clara y apoyarlos en sus proyectos.
Adonis Juvier García, metodólogo en esta rama del Centro
Provincial de Cultura, comenta que debe convertirse la acción espontánea de
este grupo de muchachos «en obras concretas», las cuales «causen impacto social
y conquisten la sensibilidad de nuestros ciudadanos», como ya se logró con el
movimiento de la muralística.
Tarea difícil la de estos artistas, ausentes prácticamente de recursos
para realizar su labor y de leyes u organismos que los respalden.
The Black asegura: «Generalmente el trabajo se nos vuelve complicado…
¿Cómo se explica que en Cuba los sprays, por demás vencidos y de mala
calidad, cuesten tres veces más que en el resto del mundo?»
Sobre las instituciones culturales infirió que ellas «no nos apoyan»,
asimismo cuanta que en una ocasión quisieron conformar un movimiento en la
ciudad, pero que «solo conseguimos una negativa».
Calles como galerías
En Santa Clara no existe un movimiento de grafiteros, sino, un grupo haciendo pintadas en la ciudad / L. Varea |
Una gama de tonalidades rompe con el color ocre de las edificaciones en
ruinas. Formas distorsionadas que reflejan cuerpos de rostros y facciones
exageradas, se mezclan con letras de estilo diverso. Ciudades de aerosol
complementan a un planeta expulsando las entrañas y un grito de spray se
dibuja en una calle. Los negros grises convergen en un caos de trazos y una
bandera cubana lleva por nombre, “25 CUC”.
Amilkar Chacón, director de la Escuela de Artes Pláticas, esclarece: «En
Santa Clara no existe como tal un movimiento de grafiteros, sino, más bien, un
grupo aislado haciendo pintadas en la ciudad; aunque pudiese evolucionar con
los nuevos muchachos que se han adueñado de este arte, pero desde una perspectiva
más artística que callejera».
Reconoce con sarcasmo que la mayoría de estos graffitis cumplen «una 'función'
más bien 'social'», y asegura que no se debe pasar por alto que el arte «requiere
de cierta estética y mensaje conceptual».
«Me considero un paradigma urbano y tomo como credo a la crítica social,
alguien que mediante su obra les da voz a quienes tienen miedo u ocultan sus
pensamientos porque está mal decir la verdad», confiesa Grafool.
El grafitero cita como ejemplo de sus obras críticas la del reparto Virginia,
la cual muestra una libreta de abastecimiento, donde «expongo la reacción
adversa que causa en los santaclareños, y al resto de los cubanos que dependen
de ella, esta problemática».
«Hay otro en el reparto Riviera donde reflejo por medio de una plantilla
mi grito de lucha a favor de nuestros derechos como artistas. Y está también el
de la AK-47 que dispara rosas como símbolo de paz, inspirado en mi paradigma
Bansky», explicó satisfecho el artista urbano, categorización que le gustaría
que fuera reconocido socialmente.
Quizás estas creaciones sean una reminiscencia de aquellos grafitis
neoyorquinos, en las estaciones del metro, fachadas de edificios, muros y
paredes donde los apasionados del aerosol dieron inicio a su obra. Reflejaban
el descontento popular debido a las injusticias cometidas por parte del
gobierno norteamericano en la guerra contra Vietnam, y en ese entonces, los
mensajes de rebeldía cubrieron la ciudad.
Margarita Camacho, ama de casa de 42 años que reside en reparto Camacho,
plantea que dibujar las paredes «constituye un acto de vandalismo». Por tanto,
la guardia de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR) «debe velar este
problema», por la implicación social que tiene ensuciar las paredes, cuando «el
país realiza esfuerzos por pintar las fachadas».
Santa Clara posee murales de 'denuncia' (Convenientes al gobierno de Raúl Castro) como el de Melaíto, cerca
de la Terminal de Ómnibus Intermunicipales y en la calle Juan Bruno Zayas,
donde arte e interés político aprobatorio confluyen, contrapuesto totalmente a muchos
graffitis espontáneos que aparecen en la ciudad.
Mural de Melaito: cerca de la Terminal de Ómnibus Intermunicipales y en la calle Juan Bruno Zayas / L. Varea |
Considero que no se debe confundir graffitis con otras formas de
expresión humana que se alejan totalmente de una visión artística y no revelan
ningún mensaje de carácter estético, político o social, correctamente calificados
por algunos como «actos de vandalismo».
Pintada vandálica en El Parque Abbey Road de Santa Clara / L. Varea |
El street art (arte callejero) de Santa Clara toma como
referentes para encaminar el concepto de sus creaciones a Bansky y Jean Michael Basquiat. El primero resulta un popular artista del graffiti de Bristol, Reino
Unido, quien ha colaborado para organizaciones benéficas como Greenpeace y para
empresas como Puma y MTV; sus obras están valoradas en millones de dólares.
Por el contrario, el segundo no solo incursiona en el grafitismo, sino
también en la pintura. Fue un talentoso artista neoyorquino, conocido como el Rey
del Graffiti, quien llevó dicho arte urbano a las galerías.
Como Elena Rodríguez, profesora de un pre-universitario de la ciudad cabecera,
la mayoría de las entrevistas se inclinaron a que los grafitis son «la forma de
expresar su rebeldía los jóvenes faltos de oficio», quienes «disponen de mucho
tiempo libre y buscan en estos un mero entretenimiento».
En discrepancia con estas opiniones coincidentes, en su mayoría, los
artífices del spray poseen buen nivel cultural. Son licenciados,
exponentes de la plástica, intelectuales que desean plasmar sus pensamientos en
un lienzo de paredes, y manifiestan sus diversas perspectivas desde una
novedosa comunicación visual.
Según los criterios de los grafiteros consultados, cualquier expresión
gráfica caracterizada por «la inmediatez en un tiempo de existencia limitado en
las paredes citadinas» puede considerarse grafiti, en tanto reúna «principios
de estética y mensaje»: tipografía, relleno, fondo, color, tridimensión y
códigos propios.
Dichos principios, por ende, «denotan el estilo de cada artista»,
acotaron.
Los soportes y formas en los que se devela un grafiti implican
diversidad: «siluetas en papel pegadas sobre señales de tráfico, azulejos
pequeños a modo de mosaico, plantillas pintadas a spray sobre una pared,
flayers de promoción, representaciones con pincel y pintura sobre el
suelo urbano, técnicas alternativas a los rotuladores y el aerosol», explicaron.
Por el repudio legal y social que tiene este arte, sus autores crean
desde el anonimato, aunque con una firma o sobrenombre, conocida como tag.
Estos se develan mediante letras complejas, que poseen o no adornos u otras
formas puramente estilísticas (círculos, espirales, picos, flechas).
Según Ignacio Marín Obregón, periodista retirado de 85 años, plantea: «El
graffiti como manifestación del arte tiene el deber, o, mejor dicho, el derecho
a asumir una posición de libertad plena. El solo hecho de que haya personas con
inquietudes de esa naturaleza, a mí me parece bien. Estoy opuesto totalmente a
que se reprima dicha manifestación y no concuerdo con quien la malinterpreta; no
todos saben leer sus mensajes. Si esta constituye una expresión artística,
requiere de espacios donde pueda desarrollarse. Voto a favor de que los
grafiteros expresen su modo de actuar, de pensar, de trabajar en la vida
artística».
En pos de la conservación del ornato público y como respuesta a quienes
de mala manera subvaloran este arte, algunos grafiteros han comenzado el
trabajo sobre otros soportes como el cartón. Lo cual les posibilita exhibir sus
creaciones en las galerías y la perdurabilidad de estas.
Apuntan especialistas que existen simbologías que reflejan el grado de
madurez artística alcanzada por los exponentes del grafiti: el signo de
interrogación (novato), el uno (ha comenzado a incursionar) y la corona
(alta profesionalidad); en ello no influye la edad del artista, sino la calidad
de su obra y el reconocimiento popular.
«El graffiti me invita a la libertad, es lo que más me identifica. La
manera de darme a conocer, aunque se hace difícil cuando hay personas que por
ignorancia no aprecien tu obra y la comparen con ralladuras en las paredes.
Creo que tanto nosotros como nuestro arte merecemos respeto, porque ya somos un
movimiento real», afirma The Brack.
«Me apasionan los grafitis — acotó Grafool —, cualquier lugar que
encuentre resulta bueno para hacer uno, preferiblemente aquellas zonas como las
del parque, donde mis trabajos son visibles a un gran número de personas. Ya no
somos pocos, el graffiti ha trascendido y se impone como una cultura».
Lo cierto es que el graffiti busca la polémica dentro de un contexto
propicio para ello, algunas veces a manera de protesta contra las guerras,
otras.
«El graffiti es la voz de la gente común, de aquellas que simplemente
quiere sentirse libre de crear un nuevo mundo, ese donde las calles se tornan
galerías», advirtió Richar Esquivel, destacado promotor Cultural de Santa Clara
y de quien me queda un sabor a rebeldía y las respuestas certeras de quien
rompe prejuicios.
Periodista (P): ¿Por qué el grafiti en
Cuba, como en otros países, complementa al rap como medio de expresión gráfica
y artística?
Richar Esquivel (RE): Expresarse gráficamente es normal. Lo que hace la
cultura hip hop es sintetizar. Te decía que el grafiti forma parte de la
cultura hip hop, que es además un término traspolado, que no se ha analizado
bien como ocurre con otros. Está mal empleado, cuando se explica lo que es el
hip hop se tiene que hablar de un conjunto de elementos. Sin embargo, aquí en
Cuba nos salva el término 'moña', que los raperos han empleado para hablar de
hip hop.
(P): ¿A su favor?
(RE): Los grafiteros eluden las críticas defendiendo que la Ciudad está
llena de carteles, mensajes políticos o paredes blancas y feas esperando a ser
manchadas por el humo de los coches.
(P): ¿En su contra?
(RE): Evidentemente las autoridades de Cultura por no apoyarlos. Así como sus
invasiones en lugares no apropiados y sin autorización ni permiso.
Grafitando la
historia
Desde los inicios de la civilización, en la antigua Roma ya los romanos
plasmaban en las paredes y sitios públicos sus profecías y protestas. El hombre
acogió este modo de manifestarse y mostrar sus inquietudes en estadios muy
tempranos, así aún persisten grabados considerados arte en las rocas, paredes
de las cuevas, tronco de los árboles e incluso, en el cuerpo humano.
Más reciente, en los 60 del pasado siglo, la historia se marcó de
grafitis. Allí, en la ciudad norteamericana de Filadelfia, el bombing (bombardear,
acto de pintar el nombre por todas partes) sienta los primeros antecedentes
del grafiti tal como hoy lo conocemos: bombardeo de jóvenes artistas de las paredes
de la ciudad con su nombre o apodo, con la finalidad de llamar la atención de
la sociedad y de los medios.
Luego evolucionó y se trasladó a la parte sur del barrio neoyorquino del
Bronx (SouthBronx), donde el arte del writing (escribir en paredes y vagones)
toma la morfología definitiva de diálogo con la sociedad en general.
El graffitis puede ser encontrado en las áreas urbanas de casi cualquier
país. El primer graffiti en América Latina proviene del año 1541 y está
consignado en la Crónica de BernalDíaz del Castillo.
En él, como en los actuales, es característico en el graffiti
latinoamericano dar a conocer al pueblo ignorante lo que nos ocultan los
gobernantes por medio de avisos públicos. Montado por naturaleza sobre la
prohibición, tiene una circulación más restringida que otros medios de
expresión y, hasta cierto punto, un ideal en particular.
Una parte del arte callejero latinoamericano difiere del creado por el
movimiento de hip-hop, por su enfoque en el mensaje político y las historias de
lucha que apelan directamente a quien observa.
Al respecto Tristan Manco, ilustrador, diseñador gráfico británico y uno
de los autores de libros de grafiti y de arte urbano que más ha investigado en
el tema, en su libro Graffiti Brasil advierte que esta arte «florece en cada
espacio concebible en las ciudades de Brasil».
Manco alude a «la pobreza y el desempleo [...], las luchas épicas, las
condiciones de las poblaciones marginadas del país», como los motores
principales que «han alimentado una cultura del graffiti vibrante».
Cuba no está ajena de este fenómeno sociológico. Este se evidencia desde
los dibujos hechos por los aborígenes en las cavernas, pasando por las pintadas
de protesta contra los gobiernos neocoloniales, hasta los reflejos contradictores
de la sociedad actual.
Su mayor auge se describe en la década de los 80, como forma de
expresión del movimiento de rap o hip hop, y ciudades como La
Habana se ven matizadas con su presencia.
Sin embargo, a más de 20 años la Isla se encuentra a la mitad de
considerar y reconocer esta manifestación con el término “arte urbano”.
Como así muestra el breve documental llamado Havana Bombings (creado y compartido por Camila Fernández en YouTube)
acerca del grafiti cubano. Uno de los entrevistados explica e ilustra una de sus
características únicas:
«Por las características de la economía, se hace muy caro. Lo que
supuestamente se hacía con spray porque el resultado es barato, aquí es todo lo
contrario. Aquí el spray se encarece mucho. Se usan recursos alternativos. En
el festival de Alamar, Rudolfo Renzoni, que fue el creador del festival
internacional de rap, la gente, los grafiteros, decían ‘¿cómo vamos a hacer grafiti
si no tenemos spray?’. Y él decía que no, ‘para hacer grafiti no necesariamente
necesitas spray’».
Otro vídeo en la misma plataforma digital, Graffiti em Alamar, Havana del Leste, Cuba, muestra una reunión en el municipio habanero de Alamar ―una
de las ciudades cubanas donde el movimiento tiene actividad más alta―, con
artistas urbanos que usan estos medios 'alternativos' para crear grafiti.
En Santa Clara existe un sitio emblemático como el Centro Cultural El Mejunje, donde a través de su director, Silverio, ha ofrecido sus paredes y recursos para que el centro «adquiera otra personalidad a partir del estampado de grafitis», reveló.
Labor que distingue y mantiene esa institución en todos los locales que
ha ocupado en los más de 20 años de existencia.
El patio del Mejunje / RFI (María Carolina Piña) |
Hace alrededor de un año el arte del spray renace en las calles
de una manera diferente, en esta urbe central del Archipiélago cubano,
caracterizada por ser acogedora, cosmopolita y de novedosas ideas.
Mientras los días transcurren y los artífices de la noche buscan su
espacio y reconocimiento social y oficial, más seguidores de Jean Michel
Basquiat y Bansky se suman a la oleada de jóvenes artistas que denuncian y
enarbolan los nuevos tiempos, cuando vuelven lienzo las paredes de la ciudad en
las horas que el sol duerme y solo la luna es testigo.
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