EL
escritor argentino Jorge Luis Borges solía decir que el tiempo juega un ajedrez
sin piezas. La metáfora sugiere la idea de un duelo tenso. Y lo es. Cada año
que comienza trae consigo la oportunidad y, también, la alegría de ofrecer 365
jugadas únicas, prometedoras.
El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto / Foto ilustrativa |
Al inicio
de la partida, usted seguro sentirá frío en las palmas de las manos. Es lógico,
pensará, estamos en enero, febrero, quizá marzo. No se engañe, en verdad lo
abruma el reto que tiene por delante. Le han enseñado que el tiempo siempre resulta
un adversario difícil.
No se
aflija. Julio César, el gran conquistador romano, lloró frente a una estatua de
Alejandro Magno la mañana de su cumpleaños 23. A esa misma edad el macedonio
era rey de un país, y diez años más tarde dominaba casi todo el mundo conocido.
César
logró su cometido después de cumplir los 60 años. Recorrió un camino espinoso.
Padecía de epilepsia, lo condenaron a muerte un par de veces, desafió
públicamente el poderío de las legiones romanas. Pero venció. Si él pudo, usted
también.
En primer
lugar, debe entender que este no es un juego de ajedrez real. No ganará más
rápido si lanza sus caballos contra el adversario o si intenta un ataque
suicida. No, usted no compite en una carrera de 100 metros planos. De nada
servirá robarse la arrancada. Ahora se enfrenta a un corredor de fondo,
acostumbrado a que la víctima caiga rendida de cansancio.
Evalúe
sus posibilidades. Precise si quiere correr riesgos o alcanzar sus metas poco a
poco. Deje a un lado la estrategia del «muerde y huye», esa persona que
prefiere vivir a costa del esfuerzo ajeno.
Debe
colocar sus piezas con exactitud. Aceche un breve error, un desmayo, y ponga
sitio a la fortaleza enemiga. Analice con cuidado las variantes. Recuerde que
puede desperdiciar su vida a causa de un movimiento apresurado.
Cada
jugada cuenta a partir de ahora. Mucha gente vendrá a ofrecerle consejo. Unos
llevan buena intención y otros no tanta. Acepte los primeros, agradezca los
últimos. El tiempo nunca juega dos partidos iguales y cualquier ayuda viene
bien.
Mire a su
alrededor: abril florece, mayo trae el amor, en junio maduran las espigas.
Disfrute el juego. Si todos a su alrededor se sienten felices, usted no tiene
que amargarse la vida por gusto. Además, nadie puede asegurar que la diversión
esté reñida con el trabajo.
Alármese
si ve que sus peones comienzan a desaparecer del tablero. Observará que mucha
gente ya terminó su partida. Unos se desanimaron antes de tiempo. Otros han
recogido la cosecha que sembraron temprano. No se apure, a todos les llega su
agosto.
Ya entró
al calor del juego. Transcurre julio, quizá septiembre. Le dolerán las
ausencias alrededor suyo. Seguro extraña a sus hijos, a la muchacha que venía a
verlo, al esposo que trabaja lejos. Piense que ellos, como usted, sostienen una
guerra en contra del tiempo. A esta altura debe hacer un último esfuerzo para
poner en jaque al adversario.
Las
lluvias de octubre alejan a criticones, envidiosos y mal hablados. El auxilio
llegará tarde si usted no se juntó con la gente que le podía enseñar cosas
útiles. El ajedrez es un juego de vida. Se aprende en la práctica diaria.
También existe el peligro de corromperlo al imitar los malos ejemplos.
En
noviembre su cuerpo comenzará a resentirse por tanta voluntad gastada en el
partido. Se le engarrotan las manos, cae una oscuridad sobre los ojos. Ahora se
conformaría con unas tablas.
Usted se
maquilla el rostro para ocultar las arrugas y cualquier evidencia de
preocupación, de cansancio. El juego dura ya unos minutos o medio siglo. Conserve
las esperanzas hasta el final. Alguien dijo que son malas consejeras, pero
magníficas compañeras de viaje.
A lo
mejor llega diciembre y usted no alcanzó las metas que se prometió en enero. No
se justifique. Recuerde que nadie lo ha derrotado. Usted perdió por tiempo.
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