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A los pies del Maestro. (Modesto Gutierrez Cabo) |
Para aquellos idealistas que persiguen emociones
puras de lo bello y la buscan en la forma del ánfora pagana, o en el gesto
gracioso con que mueren los héroes de la Ilíada, Martí, es un supremamente
virtuoso, un artista…
Para los hechos a admirar en las arengas, ver como
se despliega la onda luminosa del pensamiento, ahora se muestra álgido
escalando inaccesibles cimas con su cabalgata deslumbrante de máximas. Su
ejército de epítetos, se repliega en series calculadas de maravillas; los
llanos de promisión del ideal con aguas dormidas y murmullos que mueren entre
flores…
Para los que admiren todo eso y más aún, para
quienes gloríen los arranques sublimes de la libertad, que se apodera del alma
de los pueblos y los arrastra, Martí es un atleta de tribunas.
La idea ofrece amplia base para presentar un genio
peregrino en quién el ideal del sacrificio, encuentra una correspondencia
exacta con las actitudes y gestos de su vida. La personalidad del hombre tiene
tal fuerza poderosa entre los que se agrupan a su alrededor, que parecía un
imposible místico.
La faceta que intento presentar es una no muy
destacada por los estudiosos martianos: la del forjador de pueblos.
O sea, un papel de estadista de genio y autoridad,
papel en el que se hallaba muy naturalmente en su verdadera 'pose' como si sus
demás cualidades se juntasen para prestarle fuerza y abrillantarle la faceta
especial.
El forjador de pueblos
Poetas, artistas, sacrificados, tribunos, héroes,
fueron muchos entre los nuestros. Martí fue un genio que, con moral absoluta
conquistada a fuerza de méritos, dio efectividad real con recursos al parecer
misérrimos, a una obra más que titánica, imposible.
Sus medios que fueron originales, únicos, como
conductor de muchedumbres, perfilan su personalidad para darle relieves propios
entre los héroes forjadores de la Historia.
La década de los Diez Años decayó no por falta de
consagración a los ideales revolucionarios, sino, por carencia de un varón
superior a todos, por todos acatado y que diera férrea unidad a las fuerzas de
la Revolución, imprimiéndole lo que necesitaba: dirección, organización,
espíritu de consagración.
Muchos reunían sobre sí selectísimos méritos de
tribunos o de guerreros inmortales y ante ellos nos prosternamos reverentes:
pero faltaba el hombre equilibrado y completo.
La gloriosa emulación de los luchadores del primer
puesto perjudicaba la causa revolucionaria, dividía fuerzas, sin que hubiese
para las iniciativas, uno que alcanzase la altura del genio sobre los demás.
Céspedes y Agramonte, la Cámara y el Presidente, el
Generalísimo y el Gobierno, celosos de su autoridad, eran prestigiosos muy
notables, pero tan equilibrados entre sí que la revolución feneció por falta de
unidad, dirección, subordinación y organización.
En el 95, Martí, fue como un hábil ingeniero que
traza cuidadosamente los planos del gran edificio, extiende sus cálculos y sus
estudios. No solo crea el Partido Revolucionario Cubano (PRC), sino que el mismo
Martí queda investido del alto prestigio directivo, que resultó el título
modesto de Delegado.
Este cargo encubre las más poderosas atribuciones y
facultades reforzadas con un formidable ascendiente moral, tal como Moisés
infalible con las tablas de la Ley en lo alto. Todo descansaba en él y
pendiente de lo que él dijese, así como el empleo de los fondos.
Indisolublemente queda asentada únicamente en la integridad, crédito y acierto
infalibles del Delegado propuesto.
Ciertamente con una Asamblea Popular de
colaboradores y sutiles distinciones de poderes, se hubiera restado fuerza a la
obra luminosa del tribuno. Y de esta manera todo hubiese acabado entre las
revueltas o sorbos de los clubes…
Pero Martí no solo se impuso para la inspiración
del estadista: también tuvo que enfrentarse de primer momento con la emulación
honradísima, hasta conquistar el primer puesto, con los imperecederos “pinos
viejos” del 68.
Por José Martí surge la revolución de 1895 con una
organización completa. Pero el jefe supremo tuvo que enfrentar previsoramente
con problemas raciales, de procedencia (peninsular o criolla), de preeminencia
o antagonismo personales o regionales (características del 68), y hasta con el
problema anexionista.
En una carta a su eterno amigo Fermín Valdés
Domínguez, comenta: “No es posible que dos razas no homogéneas, existan en
condiciones de igualdad práctica bajo un mismo gobierno”, y señala los
elementos funestos que, como gusanos en la sangre, han comenzado su labor
dañosa en el seno de la Revolución.
La causa del 95 resultó tan intensa, debido al
conocimiento perfecto que tuvo su inspirador sobre los problemas a desentrañar.
Pero la obra de Martí no fue sólo la reflexión, sino también la voluntad.
Las revoluciones definitivas no se hacen desde
'arriba', desde las clases más favorecidas, de gestos estudiados o togas
académicas. Por esta razón, hay que irle al toro como el carnicero al
sacrificio: “con camisa corta y puñal en mano”, a la libertad tampoco se va en
coche.
En el aspecto de estadista, adquiere considerable
relumbre histórico la personalidad de Martí, como creador y como vidente,
hacedor armonioso con sus otras cualidades idealistas formidables.
Forjando el presente
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Parque José Martí en Ybor City, Tampa (Florida), 1985. |
Afortunadamente no carecemos de héroes.
Pertenecemos por leyenda histórica a una estirpe épica; de poetas y artistas,
tenemos algunos muy selectos; de sentimentalistas democráticos, somos
inclinados por espíritu a lo romántico o emocional. Pero hoy, necesitamos en
cuanto a la política algo más que todo eso, exigimos de un Martí que lo
contenga en un solo bloque bien tallado.
Por espíritu de nuestra raza necesitamos hombres
capaces de concebir lo nuevo y construir.
En esto estriba la cualidad
fundamental del Conductor: en la energía creadora, la misma que en otro orden
de relaciones de la estructura íntima del artista o del científico.
Unirse a
ese distintivo personal, para dar al hombre los atributos de razón y virtud
práctica que dejan la reputación moral a salvo de toda mancilla empequeñecedora.
Cuando se haga, se tendrá el retrato intenso y bien
perfilado del Martí que demandamos: el equilibrio de la mente, la acción y la
voluntad. Asimismo, el respeto a la opinión y la honorabilidad de los demás, la
laboriosidad incansable, la honradez acrisolada, la reflexión madura, el fervor
de la causa que se mantiene, la tenacidad…
Y, resumiendo, todas las antedichas condiciones: el
consorcio de raras facultades que en los planos abstractos avaloran al genial
pensador y en los de la adaptación de la sociedad a superiores
desenvolvimientos de la vida, da la talla descollante del Creador.
Martí no fue un inútil soñador, y dista lo infinito
de su voz romántica o de un utópico. Se ve en el cosmos superior, hecho de
pensamiento, moral y acción en una sola pieza, que contempla la realidad del
presente y la del porvenir.
Se adelanta a la obra de los destinos con una
valoración perfecta de medios y recursos, y un poder de voluntad vencedora o si
se quiere, incontenible.
Sin privarle de una facultad de discernimiento
ilimitada, lo lleva, no obstante, por el impulso de sus Ideas-Fuerza, a esa
inmolación cruenta que hace a los Prometeos, o a los mártires redentores, en la
lucha no siempre acertada de los siglos por el encubrimiento del tipo humano
hacia la idealidad.
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